A pesar de habernos separado, yo sentía como si, en cierto modo, aún siguiéramos conectados por un tubo a través de cual, aunque no se viera, aún bombeaba algo de sangre caliente entre nuestros corazones. Al menos eso era lo que yo sentía, aunque daba por hecho que el tubo no tardaría en romperse. Por tanto, como esa delgada cuerda de salvamento que aún existía entre nosotros se iba a cortar, más valía quitarle la vida cuanto antes, porque, de esa manera, si el tubo se secaba antes como un cuerpo al momificarse, el dolor que le produciría la hoja afilada del cuchillo al cortarlo sería más soportable. Así que debía olvidarme de ella cuanto tacto real. Solo sucedió en una ocasión después de mi antes, y por eso intentaba no mantener ningún con viaje, cuando quise pasar a recoger mis cosas.
- Haruki Murakami, La muerte del comendador
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