La encerraron en una habitación, atada a la cama.
Cada día entra un hombre, siempre el mismo.
Al cabo de unos meses, la prisionera quedó embarazada.
Entonces la obligaron a casarse con él.
Los carceleros no eran policías, ni soldados.
Eran el padre y la madre de esta muchacha, casi niña,
que había sido descubierta cuando se estaba
besando y acariciando con una compañera de estudios.
En Zimbabue, a fines de 1994, Bev Clark escuchó su relato.
- Eduardo Galeano. Moral y buenas costumbres, Bocas del tiempo;
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